
Suele decirse que las mujeres son la esperanza de África. Desde niñas son ellas las que asumen mayores sacrificios en los momentos difíciles. Si faltan los padres, se hacen cargo de los pequeños; si hay que trabajar en casa, son ellas las que abandonan la escuela. Y ello a cambio de ningún reconocimiento social y familiar. Otra paradoja africana (y etíope): las mujeres van un paso por delante de los hombres en la lucha por la supervivencia, pero los usos tradicionales las colocan aún un paso por detrás. Las cosas están cambiando, y quizás sea ésta la última generación que admita un papel secundario en la sociedad, como nos comentaba un amigo en Addis Abeba.
Es frecuente que en cualquier casa de Etiopía con un nivel relativamente estable de ingresos (unos 1.000 birs, quizás) haya empleada del hogar. Casi siempre son chicas muy jóvenes que trabajan de sol a sol (no hay lavadora, no hay lavaplatos, la cocina es bastante artesanal) por 100 ó 120 birs al mes. Unos diez euros al mes, menos de 35 céntimos al día, nos contaba hace unos días Dawit en Coruña. Pero también nos decía que están empezando a ocuparse de otros trabajos que tradicionalmente asociamos a los hombres, porque les pagan mejor y, seguramente, porque han tomado la iniciativa que algunos hombres esquivan.
Es frecuente que en cualquier casa de Etiopía con un nivel relativamente estable de ingresos (unos 1.000 birs, quizás) haya empleada del hogar. Casi siempre son chicas muy jóvenes que trabajan de sol a sol (no hay lavadora, no hay lavaplatos, la cocina es bastante artesanal) por 100 ó 120 birs al mes. Unos diez euros al mes, menos de 35 céntimos al día, nos contaba hace unos días Dawit en Coruña. Pero también nos decía que están empezando a ocuparse de otros trabajos que tradicionalmente asociamos a los hombres, porque les pagan mejor y, seguramente, porque han tomado la iniciativa que algunos hombres esquivan.

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