Estábamos ya lejos de Addis Abeba y aún nos faltaba bastante camino para llegar a Derra, nuestro destino, cuando el coche se paró en medio de una pista de tierra. La trasmisión o algo parecido había roto en el lugar más alejado posible de un taller mecánico. Un batallón de niños se acercó. Rodearon el coche y tímidamente se fueron aproximando para acabar jugando con los faranyis a las palabras desconocidas. Amariña, inglés y español para descubrir los distintos nombres para designar a la nariz, a un ojo, al pelo... Y de repente allí estaba el más pequeño de todos: había descubierto en el cromado del coche un espejo al que le hacía muecas divertidas. El espejo mágico.
Una escena con mucha enjundia, gracias por compartir vuestras vivencias. Enhorabuena por este magnífico blog.
ResponderEliminarSaludos, Fenyi Méndez