




Una mujer y unas pocas verduras
Una pocas verduras es lo único que tiene esta mujer para intentar ganarse unos birr en la calle. Pasará horas sentada contra el cierre metálico en esta calle que desemboca en la plaza Meskel, a unos pasos de la entrada principal del hotel Ghion. Una soledad interminable es lo que parece acompañar a la mujer de la imagen, en la que lo más alegre son los colores del desvencijado paraguas. La foto fue tomada en julio del 2005.
El color púrpura del mendigo
Etiopía es un país de tradición cristiana, lo que, unido a la situación de extrema necesidad de la inmensa mayoría de la población, hace que la mendicidad sea casi una seña de identidad. El porte altivo y la dignidad de este pueblo perteneciente a una cultura milenaria sólo amortiguan el drama de la pobreza. La foto fue hecha en julio del 2005 en una calle próxima a Sidist Kilo, la gran avenida en la que está la Universidad de Addis Abeba y el Museo Nacional de Etiopía (donde se exhiben los restos de Lucy).
Ciegos entre los coches
La ceguera y la mendicidad van de la mano también en Etiopía. El tracoma, una conjuntivitis grave que sin tratamiento suele derivar en ceguera, es frecuente en el país, incluso entre los niños. Otra consecuencia de la pobreza, la deficiente asistencia sanitaria y la higiene. Dos hombres (uno de ellos ciego) caminan entre el enloquecido tráfico del centro de Addis Abeba, muy cerca del Stadium. La foto es de abril del 2005.
Color, olor y belleza
En cualquier rincón se puede encontrar la belleza de la gente de Etiopía. Como en este puesto de venta de especias en el Merkato, el populoso barrio de Addis Abeba reconocido como el mayor mercado al aire libre de África. Todo un mundo, una ciudad dentro de la ciudad, en el que se puede comprar y vender cualquier cosa. El olor de África es diferente. El olor de las especias es penetrante. En el Merkato se mezclan los olores, como se mezcla la gente. Un desagüe que corre por el medio de una calle llena de niños y de gallinas desaparece en un momento cuando te acercas a las tiendas de las especias o del café.
Un tío vivo en el Ghion
En el parque infantil del Hotel Ghion. Es domingo y la afluencia de gente es enorme, pese a que hasta para entrar aquí cobran unos céntimos a los no residentes en el hotel. El chaval nos hizo una exibición de autoridad a los faranyis: ahora en el tiovivo mando yo, parecía decir mientras daba vueltas sin parar. La camiseta con Unite Africa de Bob Marley, toda una declaración de intenciones.
Diversidad y diversión
Paseo dominical por los jardines del hotel Ghion. Addis Abeba es la ciudad de los contrastes dentro de los contrastes y de la diversidad.Una familia acomodada, seguramente de tradición ortodoxa, pasa la tarde con los hijos en una de las terrazas del hotel. En los jardines, tres chicas musulmanas se divierten y hablan por el móvil sin parar. A juzgar por lo que se ve en la calle, la convivencia entre étnias y religiones no es problemática; a veces parece que es más una cosa de los discursos políticos que de la vida real. Teddy Afro canta a una pareja formada por una chica musulmana y un chico ortodoxo. La foto es de abril 2006.
Se extiende una corriente de opinión que criminaliza a quienes adoptamos niños en países del tercer Mundo. Se siembran dudas sobre la limpieza y la legalidad de los procesos, que algunas habrá, no lo dudamos. Se generaliza y se emiten juicios temerarios en los que no sólo se nos coloca al borde de la delincuencia, sino que se nos retrata como cómplices del mal, inconscientes, irresponsables y, en el más amable de los casos, como ingenuos.
Hablamos en el comentario titulado Los hijos de Angelina Jolie de la frivolización de la adopción internacional, pero queremos hablar ahora de quienes actúan con plena conciencia y sentido de la responsabilidad. ¿Alguien cree que no nos hemos planteado esas preguntas con las que se pretende invalidar cualquier adopción internacional? Las fraudulentas (que también nosotros despreciamos) y las legales. Nos hemos preguntado muchas veces si no estaríamos participando, aún sin saberlo, en un negocio ilegal y repugnante; si el dinero que nosotros hemos dedicado a la tramitación de la adopción se emplearía correctamente, si tiene sentido que los Estados se inhiban en momentos decisivos de la tramitación mediante la privatización de la gestión.
Claro que nos hemos planteado si no le estábamos robando a Etiopía tres de sus mejores niños, si no estamos contribuyendo a hipotecar el futuro del país, si no sería más justo que creciesen en el lugar en el que nacieron, si no es más razonable atajar las causas profundas de la miseria, de la enfermedad y de la orfandad. La respuesta siempre es afirmativa, pero mientras tanto ¿qué? Olvidémonos de motivaciones altruistas y acciones heroicas: en la adopción confluyen dos intereses. Pero, por qué no decirlo, como en cualquier paternidad-maternidad deseada y buscada hay un componente de generosidad. Pese a todo, siempre hemos tenido claro que la gratitud siempre será nuestra hacia nuestros hijos, y no al revés.
Copiamos ahora lo que escribimos en caliente durante nuestra segunda estancia en Addis Abeba:
Martes 24/4/2006
"A media tarde salimos del hotel para dar un paseo e ir a la oficina de traducciones, que está en los bajos del Estadio. Al preguntarle a la farmacéutica por una dirección nos dijo que no era muy buena zona para pasear con los niños y con tantos bultos (cámaras, mochilas, bolsos...) Ahora sí aparecen los niños de la calle. Acaba de llover y el suelo está embarrado. Niños muy pequeños nos piden bires. Uno se mantiene a distancia con la mirada, algo ida, clavada en nosotros y en nuestros hijos negros mientras no para de rascarse todo el cuerpo por debajo de sus ropas harapientas (...)
Pronto decidimos volver al hotel. Estas inmersiones en la durísima realidad del país de nuestros hijos es mejor hacerlas sin ellos. A Tomás le pasa lo mismo que a Anteneh el año pasado: en cuanto vio el ambiente de la calle, los niños, el bullicio, el barro que lo impregna todo después del chaparrón, se agarra fuerte a las manos de sus padres y clava la mirada en el suelo. Se aferra al futuro que ya intuye. Misiker parece menos afectada, es mayor. Kalab y Anteneh esta vez van más sueltos. Anteneh no deja de mirar a los chavales que nos siguen, le llama la atención que algunos vayan descalzos y comenta que son cochinos porque se lavan los pies y las chanclas de tiras de goma en unos enormes charcos marrones que acaba de dejar la lluvia.
¡Qué situación! Nuestros hijos, que ahora estrenan ropa casi cada día, frente a los niños en los que perfectamente podemos verlos reflejados. Quién sabe si éste era el futuro que les esperaba. Si ésto es lo que han vivido hasta ahora. Nos llevamos lo mejor de este país, porque ni nosotros ni ellos (nuestros gobiernos, los suyos) somos capaces de garantizarles un futuro en el que al menos la comida, la salud, la educación y la casa estén asegurados. Qué paradoja: su miseria nos da nuestra felicidad. Pero ¿acaso sería mejor en estas situaciones de auténtica emergencia y necesidad renunciar a una felicidad compartida para que no se nos acuse de aprovecharnos de su penuria? Si alguien lo plantea así, que se ponga por un momento en la piel sarnosa de aquel chaval que nos miraba de lejos y no dejaba de rascarse por debajo de sus ropas viejas".
Nota: El niño que aparece en la imagen que ilustra este comentario no es del que hablamos, pero podría serlo.