domingo, 26 de octubre de 2008
Los faranyis deben estar locos
¿Te acuerdas de la película Los dioses deben estar locos? Aquella en la que un bosquimano encuentra una botella de coca-cola caída desde una avioneta y que acabará por volver medio locos a los del poblado. Pues lo hemos encontrado. Bueno, a lo mejor no era él, pero la botella puede que sí.
Allí estaba subido al tronco de una acacia, junto al lago Langano. Con habilidad agarra con una mano el plato y la coca-cola mientras con la otra come la inyera. Es mediodía y mientras él repone fuerzas protegido por la sombra del árbol, unos metros más abajo otros se bañan en el lago, después de pagar una entrada en el recinto en el que está la playa, el restaurante, las pedaletas acuáticas... Fuera de la zona vallada, un bosque salpicado de pequeñas casas de barro, una carretera de tierra destrozada por las lluvias, algún animal pastando. En la casas, alguna criatura, casi bebés, asoman por las puertas, las mujeres hacen la colada y los perros buscan la sobra de los tejados de paja. Y, como siempre, muchos niños a la caza de unos bires.
Corren a la altura de las ventanillas de la furgoneta. Unos cuantos, los más pequeños y los que tienen menos reservas, se quedan rezagados. Pero nos alcanzan de nuevo cuando el coche prácticamente tiene que parar ante el riesgo de quedarnos clavados en uno de los socavones. Otro tropel de chavales viene de frente a nuestro encuentro. Traen pequeñas figuritas labradas en piedra caliza. Son tukules (las casas tradicionales, que aquí son también de dos pisos), coches, excavadoras. Diez bires por cada pieza. Disputan entre ellos, meten los brazos hasta la mitad de la furgoneta. Hay que acabar levantando algo la voz para pedir calma. Sin un poco de orden es imposible culminar una transacción y reemprender la marca. Los mayores quieren imponer la jerarquía de sus centímetros de más. Pero al final se lleva el billete uno más pequeño, con el que habíamos iniciado el trato.
Allá abajo continúa subido al árbol el chaval de la coca-cola. Tragos cortos, dulces y gaseosos, acompañan al sabor ácido y picante de la inyera esponjosa. No le gustó mucho que le hiciésemos esta foto. Los faranyis deben estar locos, habrá pensado.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario