El Gobierno etíope, después de celebrar el 20º aniversario del derrocamiento del Derg, conmutó la pena de muerte de varios miembros de la junta militar por cadena perpetua. La decisión no afecta al máximo dirigente del régimen comunista,Mengistu Hailemariam, quien también fue condenado hace cuatro años a la pena máxima, pero sigue disfrutando del asilo político que le otorgó Robert Mugabe en Zimbabwe.
El primer ministro Meles Zenawi, que se ha revelado como un maestro de los gestos políticos, anuncia esta decisión a través del presidente Girma Woldegiorgis unos días después de haberse dado un baño de multitudes en Meskel para celebrar la victoria de los grupos guerrilleros rebeldes –él era un líder destacados de la región de Tigray- que acabó con once años de dictadura sanguinaria y cruel. El perdón llegó por la mediación de la más alta jerarquía de la Iglesia ortodoxa, cuyo patriarca pide ahora un paso más para que los antiguos dirigentes del derg sean puestos en libertad. Uno de ellos murió –se cree que por causas naturales- en la cárcel a las pocas horas de conocerse el perdón.
Hace poco más de un año, por iniciativa del Gobierno y con fondos públicos y de empresas privadas, se inauguró en una de las esquinas de Meskel y Bole, el Museo en Memoria de los Mártires del Terror Rojo. Se estima que se invirtieron un millón de dólares en un moderno edificio que recoge una detallada muestra de la barbarie del régimen comunista, con fotos de represaliados, exposición de cráneos, recreación de los sistemas de tortura y hasta de un campo de fusilamientos.
La visita al museo nos dejó una sensación de desasosiego, no solo por la contemplación de la barbarie, sino también porque queda la sensación de que además del reconocimiento y homenaje a las víctimas hay en cierto modo una utilización del recuerdo del dolor a favor de los que ahora gobiernan. La inauguración se realizó a poco más de dos meses de las últimas elecciones generales.
El Museo de los Mártires produce división entre la población, el debate sobre la guerra civil que se desató en los años 80 en Etiopía sigue siendo un asunto muy controvertido.Hay quien nos sugirió que en la acera de enfrente del museo podrían levantar otro memorial dedicado a las víctimas del actual Gobierno. Cuando comentamos con una amiga que nos agradaba más el edificio que su contenido, replicó:“Entiendo lo que dices, pero no se puede olvidar que hay mucha gente que ha sufrido mucho. Sobre todo la gente del norte”.
En todo caso, puestos a ver el lado positivo de las cosas, ojalá todos estos movimientos (sin duda muy medidos por un habilidoso primer ministro) sirvieran para reconciliar a sectores enfrentados, para cerrar heridas y no ahondar en viejos rencores en los que se mezclan cuestiones históricas, étnicas y políticas. En Etiopía, si alguien no se empeña en desbaratarlo todo, se dan las condiciones para acabar con el tópico que coloca a África como el escenario de inevitables luchas tribales y religiosas.
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