Haile Gebreselasie anunció que no irá a Pekín a correr el maratón olímpico. Sin perder su sonrisa, pero con la firmeza de quien sabe lo que hace, lo dijo claro. Hay polución, mucha humedad y todo eso y el asma lo puede matar. El mito vivo quiere seguir viviendo.
Pero estas cosas casi nunca salen gratis. A China no le ha gustado nada que el campeón del mundo del maratón, el mejor atleta de larga distancia, un héroe en zapatillas, pudiese abrir la puerta a un boicot a sus Juegos Olímpicos. Por la contaminación que mata o por la dictadura que no deja vivir. Y China es para Etiopía un buen socio, un inversor que se lleva su tajada pero que puede traer algún provecho.
Así las cosas, no tardó en actuar la máquina de hacer presión. De China sobre el Gobierno etíope, de algún ministro sobre la Federación de Atletismo y de los jefes de la federación sobre Haile. Suponemos que fue así. Y a Haile, que no quiere morir asfixiado en el maratón, tampoco le dejan correr los 10.000 metros. “Tenemos varios atletas que pueden correr esa velocidad”, rajó el presidente de la Federación de Atletismo de Etiopía.
Es cierto. Sobre todo Kenenisa, que en Atenas vio cómo el campeón del mundo se quedaba. Miró hacia atrás, esperando la inclinación de cabeza con la que los reyes dan la venia, y tiró hacia la meta. Kenenisa Bekele confirmó entonces que Haile Gebreselasie tiene sucesor. Y Etiopía, un nuevo héroe. Pero el viejo corredor de fondo, un hombre bueno que se gasta lo que gana en conquistar un futuro mejor para su país (no solo invierten los chinos), parece de esa clase de personas que cualquiera diría que no merecen ser maltratadas. Además, no suele salir indemne quien mancilla a los dioses humildes que alcanzan el Olimpo desde una choza de barro y bosta.
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